30 de junio de 2009

Consejos para el viaje

Llena tu pecho de altura
Camina
Respira del cielo
Raspa con aves y espinas los pasos
Mira por dentro las cosas
ya hemos aprendido
que lo hermoso crece por dentro
No compres nada
salvo un pasaje a lo incomprable
No finjas
ni un instante
Entrégate a la historia
Has tuya la página que aún no está escrita
e incorpora la página pasada
Escucha
todo
Habla
poco
Aprende
Y mira a los ojos y a las manos
porque la verdad y la bondad allí descansan
Sublima
al que te brinde lo que le falta
suelen tener las manos ásperas
los pies cansados
los ojos como la lluvia
Duda de las manos pulidas
de los ojos desiertos

Piérdete
Vas a encontrar lo que las rutas no muestran
lo que los necios niegan
las mejores personas
No te sientas extranjera
recuerda que las fronteras nos han sido impuestas
No extrañes
Vuelve sólo cuando estés preparada
porque vas a extrañar, al volver,
el dolor de estar lejos
Y no dejes de soñar
Aunque estés dormida
Aunque estés despierta
Llora
Grita
Enamórate
Canta
Ríe
Somos jóvenes
es ahora cuando

Las pasiolatas

Hubieron algunas veces, manos con vida propia, ausentes y autónomas del cuerpo.
Un escritor un día, por ejemplo, se reunió con ellas para debatir sobre la cabeza, el cuerpo, y por supuesto, las manos y las falanges que las integraban.
Ellas no se autodenominaban falanges, porque el nombre les parecía difícil de pronunciar y obstaculizador a la hora del diálogo. Se llamaban “pasiolatas”.
Las pasiolatas, decía, tuvieron una reunión con el escritor (un poco conservador éste) que las quería de vuelta en lo que describía como “la normalidad”.
Esa palabra también irritaba a las pasiolatas que entendían el todo como algo con mucha lluvia y truenos, y sol y nubes, y viento, y calor y frío, y todo junto y separado a la vez.
“La normalidad” repetían ofuscadas, como si nombraran a un arrancador de uñas o a algún arquero de fútbol. “la normalidad” que para el escritor era que la cabeza ordene, que el cuerpo acompañe y que las manos (o pasiolatas) obedezcan.
Las pasiolatas proponían que la cabeza vuele, que el cuerpo vuele, mientras ellas irían describiendo lo que verían.
Luego de innumerables reuniones, y al ver que indefectiblemente caminarían juntos el camino de la vida, y que las pasiolatas no claudicarían, el escritor optó por convertirse en poeta.
Las pasiolatas victoriosas saludaban a quién se les cruzara, pero se pusieron tristes porque ya no tuvieron que contar. Apenas el escritor abandonó las ideas que creía como las más adecuadas para el ser humano, voló alto, muy alto, y las pasiolatas nunca llegaron a tomar la birome ni el papel.
No de la misma manera sucedió la historia de un poeta que quería escribir con su cabeza. Había escrito cientos de libros, había estudiado los muchos idiomas, sabía de métrica, de rima, de… Las pasiolatas nunca confiaron en el autoproclamado poeta, porque su cabeza se parecía a una caja de cigarrillos y hasta tenía un olor parecido. Fue allí que intentaron convencer al autoproclamado poeta, para que su cabeza y su cuerpo vuelen. Pero las que claudicaron esta vez fueron las pasiolatas, que dejaron de escribir el mismo día que sostenían a la cabeza del autoproclamado poeta, abatida por la caída de la bolsa, y se ahogaron con sus lágrimas.


Nosotras, las pasiolatas, nos tomamos el atrevimiento de escribir algunas consideraciones al respecto de las dos historias que anteceden.
Nos gusta mucho más la primer historia, esa, la del escritor volador convertido en poeta. Aclaramos, de cara a esta historia, que no es verdad que esas pasiolatas se pusieron tristes al ver a su amigo el poeta volar. Ése fue un agregado de la cabeza de nuestro escritor, que parece que aún es un poco conservador también.

Al menos

Al menos deja que respire.
No subiré el volumen de mi voz
más allá de la luz de la vela.
Solo un segundo.
Libra a mi impulso
y apártate.
Mi cuerpo repite
aún
los movimientos que dejaron de repetirse.
Has arrancado
otra parte de mi juventud,
nuevamente
convertida en vapor
y aguas extraviadas.
Ha florecido el vacío hermético
en donde había búsqueda.
Al menos deja que resurja
o termina de darme muerte,
ya hemos sido la carne
de la noche satisfecha.

No seré como soñé

No seré como soñé
me he descubierto distraído
sordo
mudo
ciego.
Llegaré a viejo.
Arrepentido de los años
de los días.
Tendré una casa
cien hijos
millones de nietos.
Mis aventuras serán
las que me regaló el dinero.
Esperaré la muerte
como en una fila de farmacia.
La comodidad no serán los bienestares del mundo
ni la igualdad
sino la guata que rellena ese ataúd,
ese sillón que frenó mis impulsos.
Buscaré armonía en las vidrieras
y el aire acondicionado.
Esquivaré las balas
que disparan los libros hermosos.
Lloraré exclusivamente cuando lo necesite.
No seré como soñé
y faltarás tú como siempre
para poder despertarme.
Tú, yo, resignado escriba.

Seguidores