30 de junio de 2009

Las pasiolatas

Hubieron algunas veces, manos con vida propia, ausentes y autónomas del cuerpo.
Un escritor un día, por ejemplo, se reunió con ellas para debatir sobre la cabeza, el cuerpo, y por supuesto, las manos y las falanges que las integraban.
Ellas no se autodenominaban falanges, porque el nombre les parecía difícil de pronunciar y obstaculizador a la hora del diálogo. Se llamaban “pasiolatas”.
Las pasiolatas, decía, tuvieron una reunión con el escritor (un poco conservador éste) que las quería de vuelta en lo que describía como “la normalidad”.
Esa palabra también irritaba a las pasiolatas que entendían el todo como algo con mucha lluvia y truenos, y sol y nubes, y viento, y calor y frío, y todo junto y separado a la vez.
“La normalidad” repetían ofuscadas, como si nombraran a un arrancador de uñas o a algún arquero de fútbol. “la normalidad” que para el escritor era que la cabeza ordene, que el cuerpo acompañe y que las manos (o pasiolatas) obedezcan.
Las pasiolatas proponían que la cabeza vuele, que el cuerpo vuele, mientras ellas irían describiendo lo que verían.
Luego de innumerables reuniones, y al ver que indefectiblemente caminarían juntos el camino de la vida, y que las pasiolatas no claudicarían, el escritor optó por convertirse en poeta.
Las pasiolatas victoriosas saludaban a quién se les cruzara, pero se pusieron tristes porque ya no tuvieron que contar. Apenas el escritor abandonó las ideas que creía como las más adecuadas para el ser humano, voló alto, muy alto, y las pasiolatas nunca llegaron a tomar la birome ni el papel.
No de la misma manera sucedió la historia de un poeta que quería escribir con su cabeza. Había escrito cientos de libros, había estudiado los muchos idiomas, sabía de métrica, de rima, de… Las pasiolatas nunca confiaron en el autoproclamado poeta, porque su cabeza se parecía a una caja de cigarrillos y hasta tenía un olor parecido. Fue allí que intentaron convencer al autoproclamado poeta, para que su cabeza y su cuerpo vuelen. Pero las que claudicaron esta vez fueron las pasiolatas, que dejaron de escribir el mismo día que sostenían a la cabeza del autoproclamado poeta, abatida por la caída de la bolsa, y se ahogaron con sus lágrimas.


Nosotras, las pasiolatas, nos tomamos el atrevimiento de escribir algunas consideraciones al respecto de las dos historias que anteceden.
Nos gusta mucho más la primer historia, esa, la del escritor volador convertido en poeta. Aclaramos, de cara a esta historia, que no es verdad que esas pasiolatas se pusieron tristes al ver a su amigo el poeta volar. Ése fue un agregado de la cabeza de nuestro escritor, que parece que aún es un poco conservador también.

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