29 de mayo de 2009

Autorreflexiones de un melancólico

¿Cuál será la explicación objetiva y científica para mi voluntad de escribir cuando estoy triste?
La melancolía es y ha sido a partir de mis brazos y tiene en mi vida ojos de palabra.
Me escaparía 15 días a tu cama a escribir las injusticias del mundo.
Pero te quiero mucho… voy a procurar recordarte que no me invites.
No sé y nunca supe si necesito alguien que me quiera o alguien que me otorgue la mejor de las palizas.
Tengo melancolía aguda, grave y esdrújula.
El problema es que después me leen mis amigos… pero los quiero mucho… voy a procurar recordarles que no me lean, o que me maten.
¿Quién necesita a alguien con tanta inseguridad y desconsideración?
Aunque si me matan los involucraría en problemas legales.
Mejor, y más sano para todos, va a ser que al fin me llames y me mientas con tus parciales de Filosofía, con tus manos tapadas, con tus hombros dolidos o con tu espalda que no aparece.
La conjunción de este infierno se traduce en el caos de los platos.
Pero debes estar ocupada pensando en cosas más importantes.
Seguro, pensando quizás en Estambul, en el amor, vaya a saber el que esté ahí contigo en lo que pensarás.
Acostado, fumando, quién sabe como estará… más allá de vos, claro, que seguro lo estás viendo como a Abril entrando por las ventanas.
Acá todo es abril y estoy seguro que por más que no te escuche, que en tus paredes es abril.
Y me pregunto, además, si en esas paredes que te cuidan de mí y del afuera, en ese vivero de cal y cemento que supimos y elegimos compartir, se escucharán todavía los libros que leímos.
Pero
¿A quién le importa?
Te pregunto y les pregunto
¿Cómo se olvida?
Y si es cierto que alguna vez se olvida, si es cierto que las acciones determinan la vitalidad del cuerpo, porque acá estoy y no me siento; si es cierto que son estos brazos melancólicos los que escriben, o si se fueron durmiendo en los abrazos, el sexo y las caricias que los hicieron transparentes.
Me miro al espejo… debería afeitarme.
Seguro.
Pero cuando termine.
Sólo necesito un buen verbo, como si los verbos se adjetivaran y alcanzar así una descripción que alivie este malestar gástrico.
¡Son verbos Javier! me digo, como si yo fuese uno solo.
Ahora me hablo a mí… me hablé en todo momento.
Y la palabra “momento” llega como un disparo a la cabeza en forma de sonrisa.
Noches en que necesito la tranquilidad del sueño compartido.
O que vuelvan las pesadillas, que también se fueron y ahora las siento en el techo, como al calor los ciegos.
Pum, Plaf, Paf, Pum: caen en la hoja las letras que se organizan en ejercitos de palabras y me atacan con un paro japonés, y copulan y aparecen en mi cabeza por millones y se genera una superproducción y…
Lamentablemente llenan mis vacíos.
Además de tener un hambre… ¡un hambre! que mejor ni me pongo a contar.
Es cierto que no tengo para decir, pero menos tengo para callar.
Me aburro de mí, te aburrí, los aburro, nos pido mil disculpas.
Y las palabras…
Las palabras siguen escapando por las orejas y las manos, y el disparo en forma de momento ya no es tan gracioso.

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