29 de mayo de 2009

Viernes, pasillos y puertas

Y ahora... ¿que se hace ahora? Mirá, si te digo que el viernes ya tenía tu nombre en la cama. Pero vos viste, el viernes es como un pasillo con infinidad de puertas. Uno va buscando y abre y nada, y sigue, y el pasillo se agranda y no se le vé el fondo. Y así es un poco la vida también. Vamos buscando y cada picaporte es una esperanza, y cada mano una posibilidad... y ahí siento el frío del metal del picaporte, lo agarro como se agarra un vaso de agua cuando uno tiene sed en enero, después de volver del trabajo en subte. Y lo bajo, al picaporte digo, y lo bajo y presiono, y el corazón late porque cada puerta te esconde. Y no. Y no te esconde. Y entonces el pasillo se estira nuevamente y parece como si las piernas pesaran el doble de lo que pesan, y un desaliento nos baja las cejas que estaban subidas por la frente, caen junto a la boca por la cara, que como en enero ya empieza (de nuevo) con la sed, y a cansarse de explicar lo inexplicable. Mujer, ese pasillo (lo sé) en una de las puertas te esconde, y ese saber me hace caminar y seguir buscando. Y entonces en una puerta aparecés, vos viste, pero no sos vos, es alguien que se te parece, o no se te parece en nada, pero me invita a pasar y paso, y cuando me estoy por ir me doy cuenta de que perdí el tiempo, porque afuera no hay más que pasillos y puertas todavía. Mujer. Estoy pensando en la posibilidad de que mi vida será siempre como este viernes, o mejor dicho, mi vida será desencontrarte, para seguirte buscando… porque parece que necesito de esa incertidumbre, digo, la de llamarte Mujer a secas, y no por algún nombre que después me lastime la lengua cuando lo piense, sin ni siquiera nombrarlo.

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